Por la importancia de la misión y para evitar descuidos que la comprometieran, la presencia del propio barco en esas aguas era desconocida incluso para el resto de la Marina, y se le habían llegado a desmontar las antenas de radio para evitar desvelar su presencia a oídos no interesados.
Pero desconocían que su rumbo se cruzaba de lleno con el del submarino japonés I-58, que le lanzó una salva de seis torpedos de los que dos impactaron en el buque, el cual tardó apenas 12 minutos en irse a pique con unos 300 de sus 1196 tripulantes. Nunca se envió un SOS desde el barco y su hundimiento pasó completamente desapercibido para desesperación de los más de 800 marinos que quedaban flotando en el agua.
Al amanecer del primer día aparecieron los primeros tiburones Tigre, y el festín comenzó. Los aterrorizados marineros se sobresaltaban con los desgarradores gritos de sus compañeros a medida que eran atacados por los animales. A media tarde ya eran cientos de escualos, y su número iba creciendo día tras día.
Tras CUATRO días en el agua, un avión Lockheed PV-1 Ventura con un joven teniente a los mandos, Wilbur Gwinn, descubrió a los náufragos durante un vuelo de patrulla, y radió su posición a su base de Pelelieu, desde donde se envió un hidroavión Consolidated PBY-5A Catalina al mando del Teniente Adrian Marcks. Este joven oficial contactó en pleno vuelo con el destructor USS Cecil J. Doyle (DE-368) al mando del Capitán Graham Claytor para solicitarle que se dirigiera a la zona del avistamiento, a lo cual accedió su comandante sin esperar confirmación de la orden desde su Mando.
Cuando el Teniente Marks llegó a la zona al anochecer del cuarto día se encontró con una imagen dantesca. El agua estaba llena de náufragos que estaban siendo atacados por tiburones a cada minuto. Pese a tenerlo prohibido, amerizó y empezó a lanzar botes salvavidas a la vez que intentaba subir el mayor número posible de náufragos a bordo. En varias ocasiones cuando iban a recoger a uno de ellos se encontraban con que sólo era un torso sin vida, y sin extremidades, por lo que debían soltarlo y buscar a los vivos. Consiguieron subir a 56 hombres al avión, tanto en el interior como encima de las alas, o remolcados con cuerdas de paracaídas.
En plena noche llegó por fin el USS Doyle, que tuvo que parar máquinas por miedo a aplastar o destrozar con sus hélices a los posibles náufragos que hubiera en su camino. Contraviniendo también las órdenes expresas, su comandante ordenó encender las luces aún convirtíendose en un blanco fácil para otro posible ataque de submarinos, pero entendió que de esta manera los náufragos cercanos podrían dirigirse al buque, así como marcar la posición al resto de navíos que pudieran acercarse a la zona.
A la mañana del QUINTO día se dieron por finalizadas las tareas de rescate. De los casi 900 hombres que habían quedado en el agua tras el hundimiento, sólo se salvaron 317. Los tiburones habían obrado el resto.
Un saludo, Skipper
Interesante entrada. Gracias x difundirlo.
ResponderEliminarEl año lo tienes mal escrito, has puesto 1944 queriendo escribir 1945.
Interesante entrada. Gracias x difundirlo.
ResponderEliminarEl año lo tienes mal escrito, has puesto 1944 queriendo escribir 1945.